Comentario
Al comenzar el siglo XVI, existían en Asia y África unos grandes imperios que, en fuerza militar, organización política, desarrollo económico y esplendor cultural, no sólo no estaban por debajo de los europeos, sino que en muchos aspectos los superaban. El intento de aplicar la periodización al uso en la historia europea, ya discutible para ésta, es perfectamente inadecuado cuando salimos de ella, por lo que resulta forzado ceñirse a los siglos XVI y XVII, corte que en sí no significa nada en cada una de las áreas que vamos a tratar. Tampoco es pertinente desde el punto de vista del inicio de las relaciones directas entre europeos y otros pueblos, porque, aunque sí es cierto que en el siglo XV se inicia la expansión y que en el XVI ésta ya toma dimensiones espectaculares, existían relaciones previas, sobre todo con el mundo islámico, y, por otra parte, la presencia europea tardará siglos en hacerse sentir en el desenvolvimiento interno de los territorios visitados, con probables excepciones, como la costa occidental africana. Las armas de fuego son, posiblemente, la importación europea que más repercusiones -militares y políticas- tendrá en el interior de estos mundos. Los intentos de penetración del Cristianismo fueron más o menos conseguidos según los casos, y de cualquier modo no rozaron más que a escasos sectores de la población, quizá con la única excepción del Reino del Congo.
En general, el mundo afroasiático estaba dividido en compartimentos casi estancos, con nula influencia mutua en el ámbito cultural, limitándose a relaciones comerciales y a veces militares. El sentimiento de superioridad de la civilización china mantuvo encerrado en sí mismo a ese inmenso subcontinente; el Japón se aisló igualmente en el siglo XVII del mundo exterior; y el mundo islámico, enormemente extenso, era considerablemente impermeable a las influencias exteriores y estaba dividido en dos bloques religiosos -sunnitas y chiítas- que defendían sus posiciones de forma irreductible. Por tanto, sólo las religiones africanas resultaban influenciables ante el avance del Cristianismo y del Islamismo, mientras el mundo hindú se encontraba avasallado por los musulmanes.
Sin embargo, también para los extraeuropeos el inicio de la Modernidad supondrá ciertos cambios, el contacto con mundos hasta entonces desconocidos a través del trueque de mercancías y de tenues intercambios culturales y religiosos que, aunque de momento no transformen sus estructuras económicas y mentales, acabarán en la dominación del europeo sobre los otros habitantes del planeta.
Por otra parte, el descubrimiento y conquista de América, continente para el que sí se inicia una nueva era, tendrá una repercusión incontestable en el Continente negro, cuyos pobladores serán forzados a trasladarse por millones al Nuevo Mundo, con las consiguientes repercusiones en su hábitat anterior -despoblación costera, migraciones internas, cambios en la organización económica y social, transformaciones políticas-, aunque la trata de esclavos para los mercados mediterráneos e índicos ya existiese antes de la llegada de los europeos y los portugueses la hubiesen utilizado desde el siglo XV para los ingenios azucareros de Madeira.
En Asia encontramos varios grandes imperios, cada uno de los cuales sufrieron transformaciones en este período. A comienzos del siglo XVI la dinastía Sefévida logró reunificar los territorios iraníes, iniciando un nuevo período glorioso de Persia. En los mismos años, también los Grandes Mogoles inician su dominación sobre la India y comienzan a reunificarla, formando un imperio que dará uno de los momentos de mayor esplendor cultural y artístico, además de fuerza militar y organización política, al subcontinente indostánico. En China, por el contrario, el Quinientos contempla la decadencia, el fin de la dinastía Ming y la conquista manchú, que iniciará la dinastía Qing a mediados del siglo XVII. Y en el Japón, la descomposición feudal del shogunato Ashikaga dará paso con el cambio de siglo a la Monarquía absoluta de los Tokugawa, que conseguirá así una mayor fuerza interior y exterior.
África, por su parte, conoció del siglo XIII al XVI un gran desarrollo, tanto en la zona septentrional, por donde se extendió el Islam provocando la expansión de las vías comerciales y de los intercambios culturales, como en el centro y el sur del Continente, donde grandes reinos e imperios alcanzaban en estos siglos su máxima brillantez. Sin embargo, a la llegada de los portugueses estas formaciones ya habían iniciado una decadencia que la creciente extracción de mano de obra esclava no hizo más que acelerar.